Desde hace más de dos mil quinientos años, escondido entre las altas montañas y las bajas nubes de la sierra madre oriental, existe un lugar llamado Xochicoatlán. Poco se conoce acerca de su historia y origen, aunque, por lo que cuentan los ancianos y las pinturas que dejaron en las cuevas a su paso los fundadores, se sabe que los primeros en llegar fueron miembros de pequeñas tribus que venían del valle de México y que buscaban un lugar para esconderse de una posible masacre por parte de tribus más poderosas. Pasaron más de dos mil años para que en el S. XIX el lugar fuera declarado municipio del estado de Hidalgo, municipio que hoy en día es integrado por pequeñas comunidades que continúan escondidas ante los ojos del mundo. Fueron los lugares entre las montañas que salvaron a sus fundadores muchos siglos atrás los que hoy encarcelan a las generaciones olvidadas que continúan viviendo ahí.
Pocos son los que han redescubierto a esta gente y unos cuantos los que los han ayudado por una simple razón; es raro aquel que se interesa por encontrar un tesoro cuando no es más que un cofre vacío, y es que, fuera de la belleza natural que existe en las montañas que las rodean, en las pequeñas comunidades olvidadas sólo hay personas que viven alejadas de la dignidad humana, víctimas día con día del dolor físico que la falta de salud y servicios básicos ocasionan.
Fue gracias al destino que algunas de estas comunidades así como sus necesidades se hicieron evidentes ante los ojos de personas conscientes y entregadas a la ayuda, trabajadoras y dedicadas al estudio de la medicina, creadoras y participantes de una organización humanitaria pequeña pero de rapidísimo crecimiento dedicada a realizar brigadas de ayuda médica denominada CUS (compromiso universitario por la salud).
El intenso trabajo que, durante meses, realizaron estas personas para conseguir apoyo de farmacéuticas, doctores, estudiantes y hasta de las mismas comunidades, para diseñar una segunda brigada mucho mayor a la primera realizada en Guerrero el año pasado y para reunir a más de setenta estudiantes de medicina, doctores y pasantes dispuestos a ayudar, conocer y aprender fue lo que hizo posible que el pasado doce de enero Xochicoatlán recibiera dos autobuses llenos de brigadistas y medicinas que durante los siguientes dos días estarían siendo recetadas y entregadas durante consultas médicas gratuitas a todos los habitantes de las poblaciones de Texcaco, Tuzancoac y San Miguel (municipio de Tinaguistengo) que las necesitaran.
El viaje fue lento y largo, la neblina no permitía mucha visibilidad en la carretera y maniobrar con autobuses turísticos en curvas tan cerradas requería de mucha concentración por parte de los conductores, algunos pudieron dormir en el camino, otros apreciaban el apenas visible pero impresionante paisaje, otros sólo se mareaban, pero todos, indiferentemente, comenzamos a trabajar desde el momento en que pusimos un pie fuera del autobús. Nuestro refugio fue el gimnasio de básquetbol de Xochicoatlán, formando una cadena humana bajamos todas las cajas y maletas, cubrimos las ventanas con lonas de plástico para reducir el frío y con tiendas de campaña de todos los colores, tamaños y formas construimos lo que parecía un pequeñísimo pueblo al que llamamos “casa”.
El trabajo en equipo era la constante que permitía lograr exitosamente todos los aspectos logísticos de la brigada como armar y desarmar el campamento en cuestión de minutos, mantener a todos bien alimentados y conservar la limpieza y el orden en la casa. Por eso fue que rápidamente se empezaron a dar las últimas indicaciones, se dividió el grupo en tres equipos, cada uno visitaría una comunidad diferente y permanecería en ella durante todo el día, luego se reorganizarían los equipos para que todos tuvieran la oportunidad de visitar dos de las tres comunidades durante los dos días de brigadas, toda la información quedó clara durante la primera noche, se realizó la primera de cuatro actividades de integración y todos dormimos emocionados por el importantísimo día que nos esperaba.
Rápidamente desayunamos y nos preparamos para subir a las camionetas y ambulancias que nos recogerían a la hora que sale el sol para llevarnos a las tres comunidades. Tuzancoac fue la comunidad que visitaría el equipo del que formé parte durante el primer día de brigadas. Poco más de veinte personas abordamos dos camionetas y una ambulancia que recorrieron un camino de lodo durante casi dos horas hasta llegar a una cancha de básquetbol techada pero sin paredes en la que nos recibió el encargado de salud de la comunidad, nos proporcionó mesas y sillas que fueron instaladas y desinfectadas en la cancha para que los interesados pudieran comenzar a llegar a las diez de la mañana a recibir consulta médica como se les había informado antes. Al principio parecía que no llegaría nadie, el aire era blanco, húmedo, espeso y no permitía ver muy bien, pero bastaron unos minutos de espera para que apareciera la primer paciente de la brigada, una señora mayor, de unos setenta y tantos años de edad, vestida de falda y huaraches que se cubría la boca con el rebozo para no respirar el friísimo aire. Se le asignó una mesa y la consulta comenzó, era una de las estudiantes de medicina, apoyada por un pasante y un médico la que la atendía; mediante una serie de preguntas básicas comenzó a llenar una historia clínica de la mujer, tomó sus signos vitales, la pesó, la midió y, tras identificar el problema que la traía a la consulta, pudo hacer un diagnóstico acompañado de una receta que, sólo después de ser firmada por ella misma, el pasante y el médico, presentaría en la parte de atrás de la ambulancia, adaptada como una pequeña farmacia, en donde dos encargados de farmacia, estudiantes de materias básicas de medicina le entregarían la dosis del medicamento necesario para tratar y curar el problema de la mujer. La medicina junto con una explicación clara tanto oral como escrita le fueron entregadas a la señora para que pudiera, tranquilamente, regresar a su casa.
En este momento eran prácticamente todas las mesas que ya se encontraban ocupadas, con estudiantes y pasantes siguiendo el mismo protocolo con cada paciente, llenando historias clínicas, estudiando los casos, haciendo diagnósticos y, en los casos que fuera necesario y posible, entregando medicinas.
No pasó más de una hora antes de que estuvieran llenas todas las mesas y se formara una fila de personas esperando a recibir su consulta, fila que avanzaría cada vez más rápido debido a la agilidad que estaban desarrollando los brigadistas. Consulta tras consulta se iban tratando casos, algunos requerían una inspección más profunda y para ellos se utilizaba un pequeño cuarto que nos habían prestado, para muchos se tenía el medicamento y se entregaba, a muchos otros se les daban recomendaciones importantes y algunos eran enviados al centro de salud. Llegaron pacientes con todo tipo de enfermedades y dolencias; respiratorias, gastrointestinales, infecciosas, musculares, óseas e incluso mentales. Los brigadistas estaban aprendiendo y enseñando al mismo tiempo, la brigada resultaba valiosísima para absolutamente todas las personas involucradas.
Los brigadistas descansaron solamente una vez, cuando mujeres de la comunidad llegaron a la cancha con cubetas llenas de comida para todos, era la comida típica del lugar, algunos los llamaron tacos de canasta, otros enchiladas, ellos simplemente se referían a lo que encontramos dentro de las cubetas como tortillas. Eran tortillas dobladas por la mitad con huevo o frijoles adentro bañadas con diferentes tipos de salsas, yo tuve la oportunidad de probar unos diez o quince sabores diferentes. Para tomar nos llevaron jarras de café caliente muy al estilo del lugar; preparado al fuego de leña, acompañado de un poco de leche y endulzado con canela y piloncillo. Mientras comíamos llegó el presidente municipal con su esposa para felicitarnos y agradecernos por el trabajo así como para ofrecernos su apoyo. Al terminar cada brigadista regresó a su lugar de trabajo para recibir a más pacientes, pero esta vez sería un poco diferente ya que la hora de la salida de la escuela había llegado y los pacientes pasarían a ser niños en su mayoría; a los niños se les atendió, diagnosticó y recetó por igual, pero además se les dio una breve pero importante plática acerca de la prevención de enfermedades respiratorias en la que se les enseñó a estornudar adecuadamente y se les dijo qué hacer para no enfermarse, así como qué y qué no hacer cuando ya estuvieran enfermos. Los niños se mostraron alegres, entusiastas y participativos de una pequeña actividad que se realizó con ellos, algunos incluso permanecieron en el lugar al terminar la plática mostrando esa curiosidad tan característica de ellos.
Los brigadistas continuaron atendiendo a todos los pacientes que se presentaron y los encargados de farmacia despacharon todos los medicamentos requeridos mientras el frío y la humedad aumentaban, mojando las mesas y humedeciendo las hojas, hasta las cinco de la tarde cuando se comenzó a levantar el consultorio y todos nos preparamos para regresar a Xochicoatlán, cansados pero con una fresca y gratificante experiencia que nos daba paz y fuerza para seguir adelante y seguir sonriendo.
La humedad había aumentado y la luz disminuido, estábamos adentro de una nube en la noche y nos encontrábamos en las camionetas de regreso. Los que viajamos en la parte de atrás de la camioneta pudimos vivir el camino de regreso como ningún otro, y no fueron pocos los que dijeron haber tenido una experiencia que trajo a sus memorias la película de dinosauros que en la infancia habían disfrutado.
Tuzancoac es una pequeña población de unos 600 habitantes y en aproximadamente 8 horas los brigadistas tuvieron la oportunidad de atender al quince porciento de dicha población, el siguiente día regresaría un grupo diferente a continuar sanando tuzancoaquenses.
Hicimos una breve parada en una escuela primaria antes de llegar para recibir la atención de las personas de la comunidad que esta vez se manifestó en forma de deliciosos tamales, agradecidísimos regresamos a casa a descansar y a compartir nuestras experiencias con los demás. Todos habíamos cambiado, se sentía una unidad absoluta en nuestro pequeño pueblo que no se había sentido antes y esto sólo se lo debíamos a la gente de las comunidades que habían llenado nuestros corazones de paz y de alegría que ahora compartíamos con nuestros compañeros. Platicamos, jugamos, volvimos a cenar y realizamos la segunda actividad de integración en la que todos aprendimos un poco más acerca de la gente, sus necesidades, los tipos de enfermedades y de nuestros mismos compañeros, después todos regresarían poco a poco a sus respectivas casas a dormir.
A las seis quince de la mañana del viernes el desayuno estaba listo, poco después todos estábamos listos para salir y a las siete los nuevos equipos estaban en las camionetas en camino a las comunidades. Con algunos miembros del mismo equipo del día anterior y con otros compañeros con los que no había tenido la oportunidad de convivir me encontraba en una de las dos camionetas que se dirigían a San Miguel, pequeñísima población de apenas poco más de cuatrocientos habitantes ubicada en el municipio de Tianguistengo, un poco más cerca de Xochicoatlán que Tuzancoac. El camino fue diferente, gracias a que esta vez nos encontrábamos sobre las nubes, lo que nos permitió apreciar un impresionante paisaje en el que las cúspides de las montañas que se asomaban sobre la densa nubosidad parecían islas flotantes. El clima ahí arriba era bastante bueno pero la carretera poco a poco descendía y con el aumento de la temperatura las nubes ascendían, lo que ocasionó que, al momento de nuestra llegada, las nubes se encontraran sobre nosotros y lo que había sido un día soleado se convirtiera en uno húmedo y gris.
Legamos una vez más a la cancha de básquetbol del poblado, deporte que, al parecer, se practica comúnmente en esas comunidades. Frente a la cancha había un pequeño salón de madera con asientos de bloque junto a las paredes que adaptaríamos como consultorio. Me detuve a contemplar y me di cuenta que formábamos parte de una montaña por lo que todos los caminos estaban empinados, tuve la sensación en un momento de estar en uno de los lugares que salen en las noticias cuando ocurren deslaves masivos en los que muchas personas pierden sus hogares, por suerte este no había sido el caso de San Miguel, al menos en los últimos años.
Una vez más, siguiendo el protocolo, comenzamos a montar las mesas, la farmacia, que esta vez quedaría al fondo del salón, se le asignó un lugar a cada brigadista y esperamos a que los pacientes comenzaran a llegar. Al principio fue lento, no todos los asientos estaban ocupados pero a los pocos que llegaban se les atendía con gusto y entusiasmo. Una gran diferencia con el día anterior era la, mucho más notable, humildad de la gente del lugar, lo que se reflejaba en la dificultad por parte de los brigadistas para comunicarse con los pacientes, esto y la lentitud con la que llegaban las personas hizo que el proceso fuera relativamente lento al menos durante la primera hora, hasta que la líder del grupo decidió salir a recorrer las casas del pueblo invitando a las personas a visitar el consultorio; yo tuve la fortuna de ser elegido como su acompañante para este pequeño recorrido por San Miguel ya que como reportero no tenía pacientes que atender y algunas fotos del lugar y la gente podrían ser útiles para el proyecto.
San Miguel se divide en dos secciones divididas por el centro, lugar en el que nosotros nos encontrábamos establecidos; la primera sección está conformada por las casas que se encuentran más arriba en la montaña que el centro y la segunda por las que se encuentran más abajo, estas últimas eran aun más humildes y el acceso a las mismas era sumamente complicado. La gente nos veía con asombro y casi todos acudían al llamado de salud que les hacíamos, los niños nos seguían y nos ayudaban a desplazarnos por el lugar ya que son ellos los que mejor saben hacerlo, algunos incluso sin zapatos. Los caminos son todos de lodo y las recientes lluvias los hacían más difíciles de recorrer, resbalosos, angostos y empinados, llenos de piedras, troncos y algunos animales como cerdos, pavos y perros; además el gobierno estaba instalando un sistema de drenaje, servicio al que hasta hoy ningún sanmiguelense tiene acceso, para el que se requirió hacer excavaciones en los caminos que la gente normalmente recorría, haciéndolos mucho más complicados. Las casas eran en su gran mayoría de madera, algunas con separaciones entre tabla y tabla que permiten al frío pasar, todas con piso firme gracias al proyecto que el gobierno federal emprendió durante el sexenio pasado y todas, absolutamente todas con televisión, en algunos casos satelital. Las personas que habían acudido el día anterior se mostraban agradecidas y las que no se mostraban dispuestas a asistir, pero al parecer todos tenían al menos un familiar con algún tipo de problema de salud. Hubo viejos que se mostraban dispuestos pero que se negaban a ir debido a la dificultad del lodoso camino, para muchos resulta imposible incluso salir de su casa en días como ese.
Recorrimos unas treinta casas, conversamos con algunos de los habitantes y volvimos a nuestro consultorio para encontrarnos con la sorpresa de que ya estaba lleno. Los brigadistas medían, pesaban, recetaban, llenaban historias clínicas, daban recomendaciones y enseñaban a las personas mientras aprendían una valiosa lección que les servirá por el resto de su carrera y de su vida.
La escuela primaria de San Miguel estaba justo a un costado del consultorio, y a la hora que terminaron las clases el consultorio pasó a ser prácticamente pediátrico, se atendieron niños de todas las edades e incluso bebés de pocas semanas de nacidos, los que no estaban enfermos se asomaban y jugaban afuera del lugar, se reían cuando les tomábamos fotos y algunos nos platicaban historias de sus amigos, de su escuela, de sus mascotas y demás. Lo que para mucha gente no es absolutamente nada para estos niños lo era todo, su pequeña comunidad y lo que ven en la televisión es lo único que conocen, además de las historias que algún tío que estuvo en Estados Unidos o en la capital les puede contar.
Comenzó a llegar gente con cubetas de tortillas e hicimos una breve pausa para comer, esta vez no teníamos platos ni servilletas, sólo la comida y nuestras manos, terminando la atención continuó, el consultorio estaba lleno y había una fila de gente esperando a la que le aplicábamos encuestas relacionadas con su salud que posteriormente servirán para generar importantes estadísticas que permitan conocer la necesidades más urgentes de la gente así como el avance del proyecto en brigadas posteriores.
EL encargado de salud del lugar estuvo presente en algunos momentos aprendiendo del trabajo de los brigadistas para poder ofrecer un mejor servicio a su comunidad, también nos prestó la pequeña casa de salud para los casos en los que se necesitaba una revisión más completa, Don Remedios era su nombre, lógica coincidencia.
Los pacientes salían con medicinas y recomendaciones, a los niños se les regaló un cepillo de dientes y se les enseñó, mediante una canción, cómo utilizarlo. Los brigadistas se veían realizados, hubo quien atendió hasta diez pacientes y, aunque al final se veían cansados, entregaban todo su empeño al tratar con cada paciente nuevo; algunos trabajando de una manera clara y directa, otros con un tacto más humano, unos amigables y otros más honestos pero todos con el propósito común que su carrera médica exitosamente les ha inculcado: sanar a la gente.
Una vez más terminó todo a las cinco de la tarde, empacamos todo el material, lo subimos a las camionetas, nos tomamos algunas fotos con los niños que habían estado ahí toda la tarde, comimos unas cuantas tortillas más y salimos de regreso al gimnasio de Xochi, nuestra casa.
San Miguel es un lugar en el que viven menos personas de las que vemos cuando vamos a una fiesta, hay quien tiene más personas como contactos en su celular o en las redes sociales, pero durante ese día se le pudo dar consulta médica al veinte por ciento de la población sanmiguelense que, sumado al otro veinte por ciento ofrecido el día anterior, resultaba un verdadero indicador de éxito.
Las brigadas habían concluido exitosamente y todos nos encontrábamos de regreso para volver a armar nuestro campamento que hubimos de desmontar debido a que un evento del gobierno se había llevado a cabo en el lugar durante el día. Terminamos rápido, como dije anteriormente la logística y el trabajo en equipo funcionaban de maravilla, cenamos y realizamos la penúltima actividad de integración en la que reflexionamos acerca de lo aprendido, dimos puntos de vista y propuestas. Poco después llegó la esposa del presidente municipal y mediante un completo discurso agradeció nuestro trabajo y nos dijo que nos recibiría con los brazos abiertos siempre que quisiéramos regresar, nos prometió llevar un trío y desayuno el día siguiente por la mañana y se fue con una gran sonrisa en la cara.
Aunque todos habían estado cansados muy pocos fueron los que se fueron a dormir, la unidad en el grupo entero había incrementado exponencialmente y se sentía como si nadie quisiera dejar de compartir el momento con los demás, esto desató una misteriosa guerra de corazones que nos brindó diversión y risas por casi tres horas hasta que nos fue imposible permanecer despiertos. ¿Quién se hubiera imaginado que después de más de dos días de arduo trabajo los brigadistas tendrían energía suficiente para jugar a lanzar corazones por horas? Me queda claro que es la energía que venía de la máxima de las satisfacciones: el deber cumplido, que combinada con la unión del grupo se convirtió en nuestra propia fiesta improvisada a la que todos asistimos.
Pocas fueron las horas que pudimos dormir antes de que el trío prometido llegara junto con mole para todos a despertarnos, la fiesta que se nos ofreció como agradecimiento duró toda la mañana, en lo que todos empacábamos y nos preparábamos para regresar a la ciudad de México, pero no sin antes realizar la última y mejor de las actividades de integración en la que todos compartimos con nuestros compañeros lo que habíamos aprendido de ellos como personas, escribiéndolo en una hoja pegada en sus espaldas; fue al momento de leerlo que las lágrimas de algunos sellaron la unión que habíamos formado. Una emocionante entrega de diplomas llena de aplausos fue lo que dio fin al proyecto y en el camino de regreso los que no durmieron se divirtieron compartiendo con los grandes amigos que acababan de formar.
Muy difícil resulta para un grupo de jóvenes cambiar el mundo, pero la iniciativa del CUS es un importantísimo primer paso, conocer las necesidades de gente que ni si quiera sabíamos que existía, gente que ha estado igual por miles de años y que se ha acostumbrado a recibir ayuda de los otros, que han podido lograr muy poco, si no es que nada por sí mismos, es importante para poder pensar en una solución real, que no consista únicamente en regalar comida, medicinas y pisos de concreto, una solución que le permita a estas comunidades comenzar a florecer. Las pláticas y los consejos que se le dieron a las personas pueden ser muy importantes en este aspecto, la información recabada es de gran utilidad para diagnosticar a la población en general y el seguimiento que se le dará al proyecto con nuevas brigadas a las que seguramente asistirán mucho más voluntarios reforzarán este cambio que hoy ha comenzado, pero el cambio más importante es el que se da en los brigadistas, la conciencia que despierta y el interés por hacer algo que se contagia, ya que mientras más sean las personas que adquieren estas cualidades más son las probabilidades de que de alguno de nosotros surja un héroe, alguien con un corazón lo suficientemente grande como para entregarlo todo por la gente de Texcaco, Tuzancoac, San Miguel o alguna otra comunidad olvidada en el tiempo y el espacio, que decida involucrarse con el cien por ciento de su tiempo y esencia a ella, como un ejemplo que se propague en los niños y los viejos de la comunidad para que puedan cambiar poco a poco sus hábitos y costumbres, su manera de pensar y su visión y así lograr salir del olvido por medio de un esfuerzo propio para dejar de depender de la ayuda de los demás y comenzar a formar parte del mundo.